Crónica etiope por Xaquín López, periodista freelance en África

Xaquín López, freelance en Africa

 

Lo que comenzó como un ataque se ha convertido ya en una invasión. El 4 de noviembre pasado, el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, 45 años, el dirigente más joven de África, le declaró la guerra por televisión al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF). Lo que ni él mismo se imaginaba es que medio año después estaríamos hablando de la invasión de Tigray por el ejercito etíope y sus socios.

Xaquín López, periodista freelance en África; Fotografías de Sonsoles Meana

Publicado en la Revista MS, mayo 2021, nº 301, Emergencia Etiopía

 

El cuerno de África llevaba años con las aguas revueltas (estado fallido de Somalia; partición de Sudán en dos; guerra fronteriza enquistada etíope-eritrea, cuya paz firmada en 2018 les valió el Premio Nobel de la Paz a sus mandatarios), pero la piedra lanzada por Abiy en el estanque de la región del norte lleva camino de convertirse en un tsunami.

Pasados cinco meses del conflicto de Tigray, por fin Abiy reconoció lo que muchos ya habían gritado a los cuatro vientos: el ejercito de Eritrea campa a sus anchas por la región hermana/enemiga. Además, Sudán ha aprovechado la marejada para entrar con sus tropas en una mínima zonas fronteriza con Etiopía, que reclama suya. Los problemas de Etiopía no se limitan a sus países fronterizos, sino que salpican también a aquellos con los que comparte las aguas del Nilo.

 

Dos vendedoras de verduras en Adis Abeba (Etiopía)

 

El origen de las rencillas está en la megaobra de la presa del Renacimiento, construida al noroeste etíope en aguas del Nilo Azul. Egipto asiste al conflicto interno de Tigray desde la distancia frotándose las manos: a punto de finalizarse las obras en la gran presa, el país de los faraones ha denunciado ante la ONU su llenado, mientras busca sacar rédito de los problemas domésticos etíopes al sur del gran río.

Cuando estuve en Adis Abeba a finales de noviembre pasado, el escenario bélico del conflicto recién declarado en la región de Tigray quedaba a cientos de kilómetros de distancia. La ciudadanía vivía tan de espaldas a los acontecimientos que el propio anuncio del fin de las  hostilidades, el 28 de noviembre pasado, pasó totalmente desapercibido en la capital del país. Me dirigí a la plaza del Meskel esperando ver a cientos de personas celebrando el fin de una guerra y lo que me encontré fue una gigantesca plaza desierta.

Cumplido medio año del conflicto, las noticias que nos llegan desde una región blindada a los periodistas son más que preocupantes: miles de refugiados que han huido al país vecino de Sudán; violaciones sexuales como arma de guerra; ajustes de cuentas por parte de la milicia amhara, el estado vecino de Tigray, para ajustar cuentas al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF) que ejerció el poder despótico en Adis Abeba durante décadas; numerosas organizaciones humanitarias hablando ya del genocidio tigriña….

Etiopía es un país profundamente dividido por los enfrentamientos tribales. Hay más de 80 etnias diferentes, enfrentadas unas con las otras, lo que ha provocado un éxodo de un millón y medio de desplazados internos. A ellos hay que añadir los cerca de 2000.000 tigriñas que la ONU calcula que cruzaron el río fronterizo con Sudán durante los primeros seis meses del conflicto.

Una tienda de ataúdes en Adis Abeba (Etiopía)

 

Toda guerra tiene su masacre y la de Etiopía contra la guerrilla de Tigray no podía ser menos. Amnistía Internacional ha denunciado un genocidio en la mítica ciudad de Axum, en el extremo norte cerca de la frontera con Eritrea. Según la organización humanitaria, a finales de noviembre pasado soldados eritreos habrían perpetrado una matanza contra cientos, si no miles, de civiles, que habrían muerto a manos de los soldados con la complacencia del ejercito etíope. “Han disparado deliberadamente contra la población civil en plena calle, y han ido buscándoles casa por casa, con ejecuciones extrajudiciales de hombres y jóvenes”, detalla el informe de Amnistia Internacional. No es casualidad que la referida masacre se haya perpetrado en la ciudad donde la iglesia ortodoxa etíope guarda y venera el Arca de la Alianza, encerrada en la Iglesia de Nuestra Señora de Sión de Axum.

Y en el botín de guerra, Abiy ha sometido a sangre y fuego a una región que tonteaba con el independentismo, pero su principal enemigo, el líder del TPLF, Debretsion Gebremichael, ha conseguido escapar y sigue en paradero desconocido, acompañado y protegido por sus lugartenientes.

Desde que estallara el conflicto ha concedido entrevistas a varios canales de televisión internacionales desde su escondrijo lanzando llamamientos a la población tigriña a rebelarse contra el ejército etíope invasor.